Una habitación y una idea.

En mi habitación los relojes gañen su infidelidad con el tiempo y por ello envejezco. En los estantes sólo convivían cómics que no paraban de bromear entre si. A través de las épocas los huecos restantes lo ocuparon otros libros que miraron con desprecio a los anteriores.

A mí sólo me molestan los últimos que cuando conversan como si fueran eruditos me recuerdan que son vírgenes. Pero mi mesa siempre baila al son de su cojera y de algo me sirven.

En la pantalla del ordenador, cuando no le hago caso, los juegos cobran vida. Su última ocurrencia ha sido ganarme en todos y cada uno de ellos. Pero yo no me amilano.

Algunas veces, no demasiadas, cuando en la radio emiten música, del desorden de la mesa surge una marioneta, un arlequín hierático y circunspecto; y ésta, representaba una sesión de sombras chinescas sobre las paredes blancas. Aquellas paredes que se tornaron ocres en forma de mosaico irregular por el tabaco; aunque aún quedan manchas de los cuadros que empeñé.

Al principio me divertía, con sus imitaciones de reptiles, avestruces, conejos. Pero pienso que se ha dejado llevar por mi pesimismo, y ahora, sólo imita, guadañas, calaveras,... Me estoy haciendo viejo, y los relojes no paran de gruñir como si desearan pararse todos.

Ahora la paz se turba con una pelea entre cómics y libros. Parece una guerra de clases, los unos se están sacando las hojas a los otros. Sólo espero que no me realicen una emboscada y se abalancen sobre mí, aunque yo soy más rápido que ellos.

Pero no puedo más, necesito una pluma y una hoja para escribir una idea que se convertirá, lo más posible en un poema. La idea hace días que me está rondando por la cabeza y no quiero que se escabulla sin haberla capturado. Del paquete sacó una buena hoja con su marca de agua, de excelente calidad.

En la mano ya tengo la pluma y la idea a punto de convertirse en palabras. Presto me abalanzo sobre la hoja, pero se dobla hábilmente y se escurre de debajo de mi mano. La tomo en el vuelo y la torno a su sitio sobre la mesa en la que intento escribir.

El azar está jugando conmigo de forma caótica, de tal forma que se ha desparramado una gota de tinta. Más presto aún comienzo a escribir. La idea aún permanece conmigo aunque se está tornando esquiva.

Otra vez sucede una cosa rara. Una letra se levanta de su blanco lecho y comienza a correr entre las líneas. Se queda en el borde inferior de la hoja y la intentó retornar a su sitio, pero la letra más esquiva aún se esconde en el dorso.

Le doy la vuelta a la hoja, pero la letra juguetona vuelve al dorso, o al reverso. En el fondo ya no me aclaro. Doy un grito enfurecido. La letra tirita del susto y vuelve a su sito.
Examino lo que llevo escrito en la hoja, pero más bien no fluyen palabras sino líneas que galopan de izquierda a derecha... y yo, imbécil de mí, leo. Me froto los ojos; en el fondo los avatares no querían que escribiera nada en el día de hoy. Además la idea que me rondaba se ha fugado con un pensamiento y me han dejado una nota con sus planes, en la misma hoja, aprovechando el momento de despiste.

Ya les esperaré a ambos con un garrote...

· · ·

La idea volvió a mí, no tuve que esperar mucho. Más no fue posible que durara mucho con aquel pensamiento, ya que era bastante obsceno y nació de un exabrupto.

Volvió al redil a descansar entre sus cuatro paredes y embadurné la hoja con ella; pero me salió respondona e infeliz y aprovechando los calores se fundió de tal manera que la marca de agua le sirvió de cauce; y como si fuera un río tumultuoso desembocó en la gran mar de caos que era la mesa. Pero la idea no contenta con esta nueva travesura se tamizó a través de la rendija de la mesa. Aunque seguía castigando al pensamiento con el garrote me di cuenta a tiempo de tan aviesa estratagema. Y raudo tomé la hoja y la interpuse en el camino que seguía al suelo. La idea, ya transformada en palabras, o eso creía, se estampó contra la hoja en una gran mancha. Tomé la hoja y la sacudí en el aire y la idea insistía en fugarse. Pero mi pensamiento que había engendrado más pensamientos, la encarceló para siempre en lo que fue para siempre su cárcel. Algún día si tengo tiempo, ya os la enseñaré, pero todo el mundo ya sabe de qué se trata.



El Puzzle

Las golondrinas revolotean,
construyen su nido en la cornisa
dentro, tras la persiana
un niño desliza piezas troqueladas,
unas coinciden, otras no.

Las estaciones pasan de largo
como asustadas,
el nido está vacío,
las plumas de las mudas
se arremolinan en el marco de la ventana
o pasan al interior por el cristal roto.

Un viejo exhala su aliento
frío que se condensa
sobre la superficie del puzzle
al que sólo le falta encajar un fragmento;
las golondrinas se tiñen de cuervo;
El viejo expira con la última pieza
que como lápida se desliza sobre su lecho.

Reencuentro anónimo


En la vieja estación de Francia, monótona y bulliciosa, se suceden las idas y venidas de los pasajeros.

Las últimas hordas de estudiantes acortan camino hacia el instituto del parque, pasando por el vestíbulo de la estación. Algunos miran de reojo los grandes relojes que se otean desafiantes, uno enfrente del otro, sin saber que hora quedarse. Son los últimos intentos de arrancar tiempo al tiempo, de no llegar tarde a la primera clase de la mañana.

La pequeña parada de taxis, con sus colores de avispa, no dan abasto con la llegada del tren de cercanías. Una mujer pasea nerviosa por la acera esperando que alguno quede libre. Llega tarde a su trabajo y puede que la despidan. Tras unos instantes que le parecen interminables, aparca un taxi delante suyo. Con la mano temblorosa se apresura para abrir la portezuela. Pero en el momento en que se apea el ocupante, al verse, se quedan petrificados.

Han pasado los años, no muchos, y hoy se encuentran frente a frente. Algunas veces, se habían visto desde lejos por las tumultuosas calles de la Ciudad Condal, huyendo uno del otro. Ahora no pueden.

Después de una falsa sonrisa de aprobación comienza a hablar. A hablar de algo que consideran totalmente inútil: el pasado. Pero no podían hacer otra cosa.

- ¡Hola! ¿Cómo te va?-

- ¡Ah, bien! Oye te encuentro algo desmejorada. No te había reconocido muy bien al principio. ¿Estás enferma?-

No le digas que todavía la recuerdas. No le digas que todavía conservas su fotografía. Que deseas recorrer su piel con tus manos, como antes. Que cada noche la sientes dentro de ti, cerca tuyo, como si estuviera compartiendo el lecho contigo y al levantarte, sólo te acompaña la soledad.

-No, no es que esté enferma, lo que pasa es que acabo de dar a luz a mi segundo hijo.- Aclaró ella como ofendida por la pregunta.

Si, te casaste, pero no eres feliz. Tienes casi todos los dientes cariados como pago a tu fertilidad, la cara apergaminada. Tu tez blanca se extinguió ya hace tiempo... pero, no le dirás que fue el mejor de todos, que fue el único con el que te sentiste mujer.

- ¿Te has casado?- Interrogó sorprendido y consternado a la vez.

Una incursión en los senderos de Eros. Amor pronto del ocaso. Una boda rápida después de saber que estaba embarazada.

- ¡Sí, me casé! ¿Tú no?- Contestó con la ansiedad de quien parece perder algo.

- ¡No! ¿Para qué? Ya sabes que siempre fui un donjuán. No hay ninguna que me pueda atrapar.-

Vives en un celibato continuo. Triste realidad. Has engordado ostentosamente, el pelo se te cayó a la barbilla y ya no puedes pasar sin las gafas.

¿Y tu marido? ¿Quién es? ¿Lo conozco? Supongo que sería aquel príncipe azul con el que siempre soñaste.- Interrogó atropelladamente.

No, no le conoces. Trabaja en una importante compañía del país...

Vivirás bien, ¿eh?- Interrumpió él, tratando de despertar de la pesadilla en que casualmente se había metido.

Sí, no nos falta de nada gracias a Dios y,... ¿Sabes? Nos queremos como el primer día.-

Apostilló con fuerza como si se sintiese amenazada. Pero,... alcohólico, es alcohólico, tiene más cirrosis que hígado y es una extraña en su propia casa.

Oye ha sido un placer volverte a ver.- Da por terminada la conversación ella.

- Lo mismo digo.-

-Adiós.-

Otro día si tienes que coger un taxi, ya sabes, dónde no tienes que cogerlo. Apresúrate, corre por el parque, que no sé de cuenta de que lloras. Tendrías que contarle la verdad y sería más duro para ti. Vaga entre los árboles, vuelve a hacer planes para cuando terminen los días de tu marido. Sigue vagando, quizás tu jefe no te eche de menos. Pero si lo encuentras otra vez,... seguramente le dirás la verdad.

Tú no corres, y tampoco cogerás el tren. Sólo piensas en llegar a casa, en quemar aquella fotografía. Extinguirás ese deseo sin sentido ya, o mejor no, te servirá como guía de página para los libros que vas a desempolvar. En la fotografía no ha cambiado, y... te ayudará a recobrar los ideales perdidos.

Y en la vieja estación de Francia, melancólica y bulliciosa se suceden las idas y venidas de pasajeros que no saben a dónde van porque ni ellos mismos saben donde vinieron...