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El Puzzle
Las golondrinas revolotean,
construyen su nido en la cornisa
dentro, tras la persiana
un niño desliza piezas troqueladas,
unas coinciden, otras no.
Las estaciones pasan de largo
como asustadas,
el nido está vacío,
las plumas de las mudas
se arremolinan en el marco de la ventana
o pasan al interior por el cristal roto.
Un viejo exhala su aliento
frío que se condensa
sobre la superficie del puzzle
al que sólo le falta encajar un fragmento;
las golondrinas se tiñen de cuervo;
El viejo expira con la última pieza
que como lápida se desliza sobre su lecho.
Las golondrinas revolotean,
construyen su nido en la cornisa
dentro, tras la persiana
un niño desliza piezas troqueladas,
unas coinciden, otras no.
Las estaciones pasan de largo
como asustadas,
el nido está vacío,
las plumas de las mudas
se arremolinan en el marco de la ventana
o pasan al interior por el cristal roto.
Un viejo exhala su aliento
frío que se condensa
sobre la superficie del puzzle
al que sólo le falta encajar un fragmento;
las golondrinas se tiñen de cuervo;
El viejo expira con la última pieza
que como lápida se desliza sobre su lecho.
Reencuentro anónimo
En la vieja estación de Francia, monótona y bulliciosa, se suceden las idas y venidas de los pasajeros.
Las últimas hordas de estudiantes acortan camino hacia el instituto del parque, pasando por el vestíbulo de la estación. Algunos miran de reojo los grandes relojes que se otean desafiantes, uno enfrente del otro, sin saber que hora quedarse. Son los últimos intentos de arrancar tiempo al tiempo, de no llegar tarde a la primera clase de la mañana.
La pequeña parada de taxis, con sus colores de avispa, no dan abasto con la llegada del tren de cercanías. Una mujer pasea nerviosa por la acera esperando que alguno quede libre. Llega tarde a su trabajo y puede que la despidan. Tras unos instantes que le parecen interminables, aparca un taxi delante suyo. Con la mano temblorosa se apresura para abrir la portezuela. Pero en el momento en que se apea el ocupante, al verse, se quedan petrificados.
Han pasado los años, no muchos, y hoy se encuentran frente a frente. Algunas veces, se habían visto desde lejos por las tumultuosas calles de la Ciudad Condal, huyendo uno del otro. Ahora no pueden.
Después de una falsa sonrisa de aprobación comienza a hablar. A hablar de algo que consideran totalmente inútil: el pasado. Pero no podían hacer otra cosa.
- ¡Hola! ¿Cómo te va?-
- ¡Ah, bien! Oye te encuentro algo desmejorada. No te había reconocido muy bien al principio. ¿Estás enferma?-
No le digas que todavía la recuerdas. No le digas que todavía conservas su fotografía. Que deseas recorrer su piel con tus manos, como antes. Que cada noche la sientes dentro de ti, cerca tuyo, como si estuviera compartiendo el lecho contigo y al levantarte, sólo te acompaña la soledad.
-No, no es que esté enferma, lo que pasa es que acabo de dar a luz a mi segundo hijo.- Aclaró ella como ofendida por la pregunta.
Si, te casaste, pero no eres feliz. Tienes casi todos los dientes cariados como pago a tu fertilidad, la cara apergaminada. Tu tez blanca se extinguió ya hace tiempo... pero, no le dirás que fue el mejor de todos, que fue el único con el que te sentiste mujer.
- ¿Te has casado?- Interrogó sorprendido y consternado a la vez.
Una incursión en los senderos de Eros. Amor pronto del ocaso. Una boda rápida después de saber que estaba embarazada.
- ¡Sí, me casé! ¿Tú no?- Contestó con la ansiedad de quien parece perder algo.
- ¡No! ¿Para qué? Ya sabes que siempre fui un donjuán. No hay ninguna que me pueda atrapar.-
Vives en un celibato continuo. Triste realidad. Has engordado ostentosamente, el pelo se te cayó a la barbilla y ya no puedes pasar sin las gafas.
¿Y tu marido? ¿Quién es? ¿Lo conozco? Supongo que sería aquel príncipe azul con el que siempre soñaste.- Interrogó atropelladamente.
No, no le conoces. Trabaja en una importante compañía del país...
Vivirás bien, ¿eh?- Interrumpió él, tratando de despertar de la pesadilla en que casualmente se había metido.
Sí, no nos falta de nada gracias a Dios y,... ¿Sabes? Nos queremos como el primer día.-
Apostilló con fuerza como si se sintiese amenazada. Pero,... alcohólico, es alcohólico, tiene más cirrosis que hígado y es una extraña en su propia casa.
Oye ha sido un placer volverte a ver.- Da por terminada la conversación ella.
- Lo mismo digo.-
-Adiós.-
Otro día si tienes que coger un taxi, ya sabes, dónde no tienes que cogerlo. Apresúrate, corre por el parque, que no sé de cuenta de que lloras. Tendrías que contarle la verdad y sería más duro para ti. Vaga entre los árboles, vuelve a hacer planes para cuando terminen los días de tu marido. Sigue vagando, quizás tu jefe no te eche de menos. Pero si lo encuentras otra vez,... seguramente le dirás la verdad.
Tú no corres, y tampoco cogerás el tren. Sólo piensas en llegar a casa, en quemar aquella fotografía. Extinguirás ese deseo sin sentido ya, o mejor no, te servirá como guía de página para los libros que vas a desempolvar. En la fotografía no ha cambiado, y... te ayudará a recobrar los ideales perdidos.
Y en la vieja estación de Francia, melancólica y bulliciosa se suceden las idas y venidas de pasajeros que no saben a dónde van porque ni ellos mismos saben donde vinieron...